jueves, 15 de marzo de 2012



Como una tarde cualquiera comencé a caminar por el borde del camino verde, con el azul intenso del mar a mi izquierda, dejando que los pasos deambularan sin rumbo. Sólo seguían el ritmo que marcaban las olas al chocar con las rocas, allá abajo. Hacía tiempo que había logrado pasear tranquila, sin los agobios del pensamiento, sin el estrés que antaño me causaba la soledad.
Me había costado lograrlo, es cierto, fue largo el aprendizaje, 33 años nada menos pero allí estaba, con mi mente en blanco, apacible, sin miedos ni prejuicios, tan sólo pendiente de poner un pie tras otro y de respirar la suave brisa del atardecer en el Paseo de San Pedro.
Dejé atrás la zona de bancos y al torcer el camino, cerca ya del muro redondo en forma de atalaya, la vi. A penas si tenía 8 años pero lo que su mirada contaba no encajaba con esa edad. Se la notaba triste pero serena, con un brillo de esperanza resaltando en un mar acuoso.
Me quedé parada a un escaso metro de distancia. Era extraño. Como si fuera presa de un hechizo no podía dejar de mirarla. Algo familiar en ella me retenía allí. No recuerdo cuánto tiempo permanecí así, a veces pierdo su noción, pero después en un determinado momento ella se giró y me miró dulcemente.
Ese gesto me hizo acercarme. Me senté a su lado y las dos permanecimos contemplando el mar. Los minutos transcurrieron serenos y de repente las palabras surgieron de mi garganta. Era cómo si retomáramos una vieja conversación interrumpida.

-¿Se hace larga la espera?-Le pregunté.

-El sonido del mar me ayuda-dijo ella-pero sí, la noche tarda en llegar en estos días de verano y hasta que llegue mi vida se para, el mundo deja de girar conmigo dentro.

Tras unos minutos masticando sus palabras, que extrañamente no me parecieron disparatadas, seguí preguntando.

-y ¿qué es lo que te trae la noche para que todo lo demás no importe?-le espeté curiosa

Entonces ella se volvió con cara de incredulidad hacía mí y me dijo con tono de sorpresa
-Lo sabes bien, son los sueños, ¿qué va a ser si no?. Nuestro mundo mágico en el que todo sale según lo previsto, en el que las imperfecciones resultan encantadoras, en el que no importa si te equivocas y en el que la valoración llega con naturalidad. ¿Qué mejor lugar para estar si no es en el mundo de los sueños?
Me levanté despacio y seguí mi camino. Pero mi deambular comenzó a ser distinto, o mejor dicho, a ser igual que el de antaño. Mi mente ya no estaba quieta, mis músculos volvían a tensionarse sin meta alguna. Los sueños resurgieron y se volvieron a mezclar con la realidad. Pero a diferencia de ella, de mi joven compañera de viaje, no necesitaba esperar a la noche ni a la inconsciencia, otra vez volvía a soñar despierta.

Lo intenté, y el caso es que lo logré durante un tiempo, pero al final mi naturaleza se rebeló contra mi razón y volví a desear soñar despierta en vez de vivir mis sueños. La curiosidad y la cobardía son malos compañeros de viaje y no les queda más remedio que desembocar en la locura.


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