jueves, 14 de febrero de 2013

Mineral


 
 

Cuando la mirada se vuelve indiferente y el paso al caminar se atenúa tanto que parece  detenerse, ya no queda ni un mísero refugio para el alma.

Es como si el frío se hubiera apoderado de uno de repente. Igual que un mineral, el corazón resulta tan plano, brillante y resbaladizo que la hermosura para la vista se convierte en desdeñosa para el tacto por inabarcable, por escurridiza.

A fuerza de tanto lijar te conviertes en un espejo casi perfecto, pero sin contenido manifiesto. La luz se refleja de manera mágica, disolviéndose en millares de puntitos destellantes que se proyectan en magníficos y atrayentes haces perpendiculares. Pero nada logra atravesar esa bella superficie, ni nada se filtra desde su misterioso interior.


 
Cual útero infértil las nuevas experiencias del día a día no consiguen arraigar, ni siquiera dejan una tímida huella de su paso fugaz, pues las paredes extremadamente suaves impiden cálidamente su apego.

Te has convertido en una amable máquina de repeler todo lo que se acerque a tu persona en un rechazo inconsciente pero tremendamente firme.

Las pupilas solo se sienten cómodas en la oscuridad. Se dilatan obscenamente al divisar una tímida luz al fondo. Al acercarse a ella, vuelven a contraerse de manera rápida y esquiva al mismo tiempo. Aristas, todo es percibido con dobleces y salientes puntiagudos.

¿Dónde queda aquella pasión desmedida e inconsciente? ¿Dónde se ha escondido esa sensibilidad extrema, llama inflamable de los más suicidas sentimientos, motores chillones de la existencia? ¿Cómo esa burbuja impenetrable ha logrado abrirse camino y rodear asfixiantemente a la auténtica emoción? Si nada es capaz de conmover, nada es el asesino más despiadado al que se le ha podido abrir la puerta.





 
 
 


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