jueves, 6 de diciembre de 2012



 
Como el olor a tierra húmeda, como el tacto de la hierba mojada por el rocío, frío pero agradable, suave pero firme, cotidiano pero distante. Así eres tú.

Como esos tallos tiernos aunque aparentemente recios, que se mueven en mil direcciones a la vez según cómo en ese instante quiera mecerlos el viento y así aparecen, sumidos en una danza caótica que crece en espiral, que les hace que se retuerzan sobre ellos mismos. Así eres tú. Atrapado en tu propia tonalidad, en Si bemol, sonando escala tras escala, acorde mayor tras acorde menor, para del reposo pasar a una tensión sin final.

Como los púrpuras pétalos de miles de amapolas sobresaliendo en un mar añil, alegres pero frágiles, llenos de pasión pero traicionados por su propia ternura. Así soy yo.

Como la hoja que se desprende de la rama y se posa suavemente en el lago, donde permanece flotando unos instantes, divertida, inconsciente, mecida por la brisa hasta que de pronto un remolino caprichoso solivianta su dulce deambular y la hunde a lo más produndo del fango. Así soy yo. Atrapada sin remedio en la contradicción, en la sensibilidad extrema, en la lucha entre la fuerza y la debilidad. Corriendo desbocada en una huída hacia delante de la que nadie la hace parar.

En esencia somos dos caminos que se cruzan para después discurrir paralelos hasta que la tierra vuelva a girar. Una tierra llena de espinas construídas por nosotros mismos.

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