sábado, 28 de julio de 2012








Todo descansaba en sus manos y todo se concentraba en unas pupilas desafinadas. El peso doloroso de un fracaso era ya un borroso reflejo en su rostro.
Sobre su pálida piel a la intemperie, se deslizaban las hojas hirientes del destino y siempre su mirada movida, destilaba, gota a gota, error tras error el mismo elixir contradictorio mientras permanecía inmóvil, impasible y sin pensar, nunca se permitiría pensar, jamás se lo perdonaría.
Sólo sabía que allá donde posara su mirada siempre tendría la eterna sensación de estar luchando contracorriente. Sobre su mente siempre se repetiría el mismo patrón: cúmulos de nubes formándose despacio para estallar finalmente en un sobresalto, como una tormenta de verano que sorprende de improviso en medio de una inmensa soledad.

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