miércoles, 4 de julio de 2012

El miedo




Me gusta simplemente ver pasar. Contemplar figuras que se diluyen entre la multitud, que se confunden con su propio ritmo vital en una simbiosis casi imperfecta, fantasmagórica.

Me gusta lo común, lo cotidiano. Me divierte imaginar que formo parte, por tan sólo un instante, de su goteo diario, de su camino cansado, de esa maravillosa rutina que sólo apreciamos, que sólo añoramos cuando desaparece.

Me gusta el sonido metálico de los objetos cuando los acaricia el viento. Ráfagas intermitentes cubren mi rostro, atraen hacia él mechones de pelo y mi mirada permanece velada, captando una realidad entrecortada, similar a los recuerdos lejanos, tamizada por el viento.

Hoja a hoja caen los pensamientos en un lento pero continúo discurrir. Pasan los minutos y se acumulan en el suelo donde un anciano ajado por el tiempo los sostiene y sonríe hacia mí, con aire distraído.

Un misterio le envuelve como la niebla en la carretera, mitad atracción mitad temor. Me tiende la mano desgastada por la vida. Un olor pegajoso se desprende de su piel. Me recuerda al de la moqueta sucia y húmeda que cubre un salón desvencijado por el paso de los días.

Me acurruco a su lado y me siento muy niña. Un sentimiento de ternura lleva mis labios hacia su piel. Un sabor a vino agrio y añejo se cuela en mis papilas, pero no me desagrada me recuerda a la vida.

Sus ojos vencidos se clavan en mí y a través de ellos percibo un mundo de mentiras mientras a penas le oigo decir "la paciencia es un arma de doble filo que tiene como compañero al miedo. Te apoyas en ella para enmascarar la debilidad, para evitar que el vértigo te precipite al vacío".

Sus palabras resuenan en mis oídos como un grito en una cueva. Y al ver una expresión de pánico en mis ojos dice suavemente " no es mía la reflexión, son tus pensamientos que los iba desprendiendo el viento y los ha arrastrado hacia aquí".





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