martes, 31 de diciembre de 2013
Muerte por incertidumbre
Tan inverosímil como tener el mar en la cuenca de las manos, tan frío como unas pupilas llenas de sarcasmo, tan insultante como una media sonrisa condescendiente, así fue el último adiós.
Azul, violeta, púrpura... colores que se mezclan en el camino del abandono del día. Bruma que cubre el horizonte en el que se recortan las siluetas de un amor perdido, marchitado, del que ya a penas queda un desdibujado reflejo sobre la superficie amarga de la decepción.
El reloj de arena rompió su dulce y lenta cadencia. Simplemente se perdió. La confusión cometió el más cruel de los asesinatos. Diagnóstico: muerte por incertidumbre.
Se rompió el ciclo, los números impares perdieron la partida. Los pares se enfrentan a la dura tarea de construir el sueño del olvido.
domingo, 7 de julio de 2013
Control
Él era control, puro control. Seguía un camino acotado por sus propios límites. Eso sí, eran barreras muy estudiadas y acordes con lo que consideraba que era conveniente para él.
Siempre caminaba con paso firme, decidido. Avanzaba por un sendero flanqueado por unos cauces construidos desde su propia determinación. Era frío, pero no carente de sentimientos. Sentía, claro que sí, pero sólo se permitía sentir dentro de un desahogo controlado. Además lo hacía cada vez más a menudo. Pero esa pasión desatada que en ocasiones mostraba, tan sólo fluía en un ámbito definido por él mismo como: frivolidad necesaria. Únicamente se permitía sentir sin pensar, en un ambiente propicio para ello, según su propia lógica.
Era ese universo loco, bohemio, en el que todos los que participaban se alimentaban de la misma catarsis. Ahí no desentonaba dar rienda suelta a sus instintos, eso le gustaba, y lo hacía. No se sentía incómodo, pues el mostrar los más oscuros sentimientos estaba en cierta manera controlado y permitido por el ambiente. Aún así, siempre lo hacía con el freno puesto. Aunque fuera lentamente, con suavidad, él nunca levantaba el pie de la consciencia, nunca se separaba del todo de su origen racional. Ni siquiera en instantes de frenesí.
Sin embargo, él era sensible, a veces incluso mínimamente empático con aquellos con los que se topaba. Pero esa empatía tan sólo duraba un instante. Casi inconscientemente una mirada crítica, con afán de análisis envolvía sus ojos castaños. No podía evitarlo. Él era así. Sistemático, analítico, racional hasta el extremo. No paraba de calcular cada movimiento, de prever cada consecuencia.
Hasta dentro de su propia válvula de escape, todo estaba sometido a un esquema predeterminado. Había escogido como fuente de descontrol el canal más predefinido de todos, dónde hasta la más mínima improvisación seguía un parámetro. Algo difuso, eso sí, muy nebuloso, pero un parámetro al fin y al cabo. Se le podría definir como un hombre románticamente pragmático, que hace gala de un auténtico estoicismo romano.
Pero un día este hombre cruzó un límite que le llevaría a vivir una experiencia que escaparía a su control. Algo tan tonto como pasarse una estación de metro le colocaría en un escenario desconocido, localizado fuera, muy lejos de su itinerario.
Le dio tanta rabia haber perdido el control de su itinerario, que sin ni siquiera pensar dónde estaba se bajo en la siguiente parada, con la intención de cambiar de andén y volver sobre sus pasos. Sin embargo no cayó en la cuenta de que había cogido el último metro y de que ya no pasaban más trenes en ninguna dirección.
Pero lo peor de todo, es que se había entretenido tanto en el andén reprochándose así mismo el fallo de quedarse dormido, lanzando puños al aire y mascullando improperios, que las puertas del metro se habían cerrado por esa noche. Estaba atrapado.
Fue tal la rabia que sintió por tener que enfrentarse a un imprevisto que hizo algo impensable en él. Saltó furioso a las vías de la estación con la mirada nublada por la ira y se puso a caminar por entre los raíles para intentar llegar a otra estación cercana en la que quizás las puertas no estuvieran aún cerradas.
Hacía frío, pero era tal la rabia que desprendía que no sentía más que un calor pegajoso adherido a su piel donde un ejército de diminutas hormigas se paseaban por sus extremidades, donde la sangre no paraba de bullir. Estaba tan ciego que no se percató de que la vía se bifurcaba en dos caminos.
Él siguió recto, sin mirar al frente, si lo hubiese hecho quizás hubiera dado media vuelta, pues a cada paso que daba la oscuridad se hacía más y más espesa, y la débil luz que anteriormente se adivinaba a lo lejos se había quedado atrás, en la otra dirección que le ofrecía la bifurcación del camino.
Cuando se percató de que estaba adentrándose en un terreno peligroso, fue demasiado tarde para regresar. De repente no veía nada. Giró presa del pánico y terminó de desorientarse por completo. Sus pupilas nerviosas trataban de abrirse más y más, pero no lograban captar ni una débil luz a su alrededor. Se acercó a la pared que tenía a su derecha y torpemente empezó a palpar su rugosa y polvorienta textura, buscando una pista para encontrar un camino de regreso.
Al cabo de unos minutos de frenética actividad que le propició incontables rasguños y arañazos en manos y brazos, encontró un hueco en la pared. Parecía una puerta escavada a media altura. La cruzó no sin que un regusto amargo y espeso le subiera por la garganta y se asentara en el paladar. Síntoma de un pánico extremo que no tardó en confirmar los peores augurios. En un instante sintió un fuerte golpe seco en la cabeza y esta vez la oscuridad que le embargó dio paso a la tranquilidad del sueño.
Nada más volver a la consciencia sintió una molesta presión en las muñecas que se convirtió en una punzada de dolor cuando trató de moverlas. Estaba atado con un sucio cordel, despeluchado en ásperos hilos amarillentos que hacían que la piel le escociera como si hubiese estado horas y horas a la intemperie, bajo un sol abrasador.
Se encontraba sentado y apoyado en una pared de la que goteaba sin parar una tubería oxidada que tuvo que esquivar al levantar la mirada para no darse con ella en la cabeza. Cuando miró al frente, el regusto amargo volvió a su boca.
De repente uno de ellos, al parecer cansado de tan caótico juego, se levantó bruscamente y su mirada fue a topar con la de nuestro hasta entonces, controlado hombre.
- Vaya, vaya, si la bella durmiente se ha despertado al fin.
El hombre control no fue capaz de despegar los labios.
Acto y seguido, el hombrecillo que se había dirigido a él se acercó con una sucia navaja entre los dedos dispuesto a utilizar a nuestro hombre de lienzo.
El hombre control no podía reaccionar. El miedo paralizó todos y cada uno de sus movimientos. Por primera vez en su vida, los acontecimientos le superaban, no sabía que podía hacer, qué podía decir. El control que hasta ahora había dominado todos y cada uno de sus pasos se había desvanecido, hasta que al girar la cabeza levemente hacia sus pies, vio un viejo y mugriento violín medio escondido por una sucia manta gris, arrinconado contra la pared.
El hombre control no sabía qué brillo destacaba más en aquella sombría estancia, si el de un barniz asombrosamente recuperado sobre la superficie del violín o el de los ojos grises de aquel hombre que le tendía el instrumento mientras le lanzaba un desafío que le resultó tan extraño como imprevisiblemente familiar:
Los hombrecillos hicieron un círculo en torno a él mientras contemplaban el meticuloso ritual. El hombre control hizo descansar confortablemente el violín sobre sus hombros. Puso la mano izquierda bajo la unión entre el cuello y el cuerpo del delicado instrumento que se mostraba ante la vista liviano, presa de un suave balanceo, y con los ojos entrecerrados se dispuso a golpear suave pero firmemente las cuerdas mientras giraba la clavija con la otra mano. Los tonos se iban acompasando en una estructura lógica en torno a las notas la, mi, re y por último sol.
Cuando terminó la melodía, el cabecilla del grupo, volvió a dirigirse a nuestro hombre:
- Pues bien como te decía antes, el trato es el siguiente.- continuó hablando el cabecilla mientras jugaba con la navaja entre sus dedos- Tienes la oportunidad de quedar libre si eres capaz de relatar con veracidad una historia. La que tú quieras, pero tienes que llegar a transmitir su sentido con tal claridad que los aquí presentes logremos sentir en una misma dirección. Eso sí, tienes que hacerlo con honestidad.
Estas últimas palabras las pronunció de manera más sinuosa, arrastrando cada sílaba mientras acercaba la navaja al rostro de nuestro protagonista.
- Y como aliciente mi afilada compañera podrá verse tentada a bailar sobre tu rostro con mayor o menor cuidado- y posó el filo cortante de la navaja justo debajo de la cuenca de esos ojos castaños tan profundos y tan opacos como el sentido de su alma.
El hombre control respiró hondo, lanzó una trémula mirada al techo y cogió con delicadeza el arco del violín. En un segundo pudo recordar el por qué había decidido aprender a tocar un instrumento tan temperamental, tan sensible a la presteza de quien lo toca y tan sumamente sensitivo que es fácil caer fuera de tono y sacar de él notas apagadas, pero que sin embargo si se toca bien, desprende las más dramáticas y bellas melodías jamás escuchadas, pura emoción.
Aprender a tocar este instrumento tan complicado fue para él un reto, uno más de todos los que se había fijado desde que era pequeño, y uno más que logró, pues siempre había conseguido alcanzar todas sus metas, realizar todo aquello que se había propuesto y tocar el violín no era algo que pudiera escapársele de las manos.
De hecho siempre se le había dado bien, pero a medida que pasaron los años y su carácter se fue forjando e inclinando hacia la racionalidad y el orgullo, pasó de ser un verdadero músico con mayúsculas que transmitía emoción en cada compás, a convertirse simplemente en un virtuoso que interpretaba a la perfección cualquier partitura.
Hasta en los momentos de pura improvisación, ésta se mostraba contenida, sujeta por el estribo de su conciencia, frenada para no dejar que se adivinara ni un resto de debilidad. Tenía verdadero pánico a mostrarse tal y como era, a verse desarmado desde su interior. Por eso resultaba alegre pero frío tocando. Técnicamente perfecto y humanamente desacompasado.
Y ahora, en ese preciso instante, su vida dependía de un nuevo reto. Pero era el más difícil de todos, pues consistía en desarmarse a sí mismo. Se trataba nada más y nada menos que de quitarse en un instante una coraza fuerte y dura, llena de capas con aristas entrelazadas forjada a lo largo de años de lucha constante entre lo conveniente y lo deseado, entre la racionalidad y la pasión.
Sin embargo estaba siendo honesto con su interpretación, él era así y así lo estaba contando. Se describía a sí mismo como alguien complicadamente superficial sin ánimo ni tesón para cambiar el rumbo concienzudamente escogido, y esto lo sabía el hombre de la mirada gris, por eso dejó de presionarle el rostro. No tenía remedio y tampoco tenía por qué tenerlo.
Esta experiencia no le iba a servir para cambiar, no le iba a hacer mejor persona, no iba a crecer en ningún sentido, tan sólo serviría para que se conociese mejor así mismo.
martes, 28 de mayo de 2013
Antártida
La ventana se abrió en plena tarde de siesta, y un soplo de aire fresco bailó con las cortinas sin que nadie le esperara, sin que nadie viera esa tímida pero risueña brisa como la respuesta tanto tiempo buscada.
Como esa ráfaga de viento, entraste en mi vida. Despacio, casi susurrando, colándote poco a poco en mis entrañas, sembrando con tu cálida y a la vez distante caricia sentimientos encontrados. Lentamente fuiste posándote en mi hasta que el temor de perderte despertó la conciencia adormilada de la pasión. Y ese fue el comienzo, o quizás fue el fin, o tal vez fuera lo mismo.
Entonces me perdí en tu perfecto paisaje helado. Pues no hay nada más insensato que intentar hacer una hoguera en un frío lecho de nieve en medio del desierto de la consciencia. Pues no hay nada más suicida que pretender que esa débil llama se devore a sí misma y que crezca alimentada por su propia esperanza. Pues no hay nada más ilógico que tratar de calentarse con el tenue calor que desprende ese fuego. Y sin embargo, pese a la absurdidad de la lucha de elementos tan antagónicos, el fuego crece y reconforta en un mar de hielo.
jueves, 14 de febrero de 2013
Mineral
Cuando la mirada se vuelve indiferente y el paso al caminar
se atenúa tanto que parece detenerse, ya
no queda ni un mísero refugio para el alma.
Es como si el frío se hubiera apoderado de uno de repente. Igual
que un mineral, el corazón resulta tan plano, brillante y resbaladizo que la
hermosura para la vista se convierte en desdeñosa para el tacto por
inabarcable, por escurridiza.
Cual útero infértil las nuevas experiencias del día a día no
consiguen arraigar, ni siquiera dejan una tímida huella de su paso fugaz, pues
las paredes extremadamente suaves impiden cálidamente su apego.
Te has convertido en una amable máquina de repeler todo lo
que se acerque a tu persona en un rechazo inconsciente pero tremendamente
firme.
¿Dónde queda aquella pasión desmedida e inconsciente? ¿Dónde
se ha escondido esa sensibilidad extrema, llama inflamable de los más suicidas
sentimientos, motores chillones de la existencia? ¿Cómo esa burbuja
impenetrable ha logrado abrirse camino y rodear asfixiantemente a la auténtica
emoción? Si nada es capaz de conmover, nada es el asesino más despiadado al que
se le ha podido abrir la puerta.
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